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El proceso que dio lugar al àrea lagunar de la tarda antigüedad y de la primera Edad Media, llegando a ser un estado de creciente relevancia, fue tan complejo como largo . Se trató de dar la vuelta a antiguos equilibrios, transformando un territorio del todo marginal en un organismo que, en algunos siglos, supo colocarse entre las grandes potencias europeas.
Toda la primera fase del desarrollo de la ciudad y del estado veneciano se cumple en un marco de acontecimientos perturbadores, cuyo inicio efectivo, en lo que se refiere al origen de Venecia, se sitúa en tiempos de la llegada de los longobardos en el 568, cuando las lagunas quedaron en el ámbito del Imperio Bizantino, mientras el resto de Italia sufría la progresiva expansión del reino longobardo y después, en el 774, la conquista franca.
En toda esta fase el arco alto-adriático desde Grado hasta Cavarzere (es decir, lo que llegaría a ser el Ducado de Venecia) permanece unido a Constantinopla en cualidad de provincia suya, cada vez más alejado de una capital que estaba perdiendo peso irremediablemente en las vicisitudes itálicas.
Fueron siglos de subordinación para la naciente Venecia, a la que por otro lado convenía depender de un dominio lejano cada vez menos capaz de interferir, más que de poderes cercanos e invasivos. En este sentido se dio un momento crítico a principios del siglo IX, en tiempos de Carlo Magno y de su conflicto con el imperio bizantino, cuando las lagunas estuvieron muy cerca de una conquista por parte del gran soberano franco.
Tal evento habría reabsorbido Venecia en un occidente de tierra firme y cultura de feudo-vasallaje, interrumpiendo la proyección marítima que estaba caracterizando su desarrollo. La permanencia dentro de la esfera bizantina, garantizada por el éxito del enfrentamiento con los francos, tenía una consecuencia muy importante también para la disposición de los equilibrios lagunares.
De hecho, la capital de la provincia véneta, que había pasado a lo largo de los años de la antigua Aquileia a Oderzo (también en tierra firme), después a Eracliana Cittanova (en los márgenes de la laguna) y por último a Malamocco (en los lidos, hacia el mar), se trasladaba en el 810-811 en los islotes agrupados alrededor de Rialto, donde estaba naciendo la ciudad de Venecia.
La dependencia de Constantinopla implicaba consecuencias y ventajas importantes no sólo en el plano político, sino también en el ámbito económico, comercial y cultural. Significaba estar estructuralmente relacionados con un mundo que, respecto a Occidente y a su tierra firme, era decididamente más desarrollado y rico y garantizaba con esto la participación en una commonwealth, capaz de asegurar, entre otras cosas, la continuación de los avances ya positivamente iniciados, sobre todo los dirigidos hacia una mayor autonomía.
Realmente, la historiografía veneciana, ya desde sus primeros pasos, ha insistido en una libertad originaria del Ducado: el mito del nacimiento en lugares desérticos y salvajes estaba en la base. Si – como se pretendía – Venecia había surgido de la nada entre aguas sin ninguna subordinación, esto comportaba una independencia absoluta, disfrutada desde siempre. En realidad las lagunas habían sido parte integrante de las provincia romana de Venetia et Histria (Venecia y Istria), por tanto incluidas en el cuadro político del Imperio Romano. Aún en el siglo X, Bizancio habría podido enviar con legitimación una comisión de investigación para controlar que su lejana provincia alto-adriática respetase las obligaciones que se le requerían (en concreto: la prohibición del comercio con los enemigos sarracenos).
Sin embargo, su dependencia de Bizancio estaba cada vez más caracterizada por grandes márgenes de autonomía y de hecho Venecia se convertía de súbdita en aliada. Las acciones contra los eslavos y sarracenos, ya en el siglo IX y después en el siglo X, indicaban el aumento de un papel, que en el Mediterráneo estaba tomando el puesto del desempeñado un tiempo por la flota bizantina.
El dux, sobre todo tras la conquista longobarda de Ravena , en el 751, representaba cada vez menos el poder de Constantinopla y era cada vez más el exponente de la autonomía véneta: el proceso resultaba ya totalmente completado – en los hechos – en tiempos del gran dux Pietro II Orseolo (991-1009), que en el año 1000, después de una afortunada expedición naval, asumía el título de “dux Veneticorum et Dalmaticorum”, es decir, dux de Dalmacia además de Venecia.
El crecimiento de la autonomía política se había producido en paralelo al desarrollo económico e institucional.
Gradualmente Venecia había asumido el papel de elemento de unión entre áreas económicas, políticas y culturales diferentes, enlazando la Europa cristiana con la civilización bizantina e islámica, frente a las que Occidente se presentaba como zona subdesarrollada. Ya en los siglos IX y X, los buques venecianos se movían sin problemas por el Mediterráneo y, como señal de esta presencia, quedan los restos del evangelista Marcos, sacados a escondidas en 828 de Alejandría en Egipto por mercaderes venecianos que se encontraban allí a pesar de las restricciones del comercio con los sarracenos.
El culto a San Marcos se convertía a partir de entonces en el punto de referencia ético-político del estado lagunar.
El precoz desarrollo económico acompañó un perfeccionamiento de las estructuras institucionales, que estaban dando forma a un estado sólido y con caracteres peculiares.
En primer lugar, con el pasar del tiempo, la antigua dependencia de Bizancio había cedido el paso a una plena independencia y es más, durante la época de las cruzadas, la desviación de la Cuarta Cruzada llevó, en 1204, a la conquista de Constantinopla y al final temporal del Imperio Bizantino, cuyo puesto fue tomado por un Imperio Latino de Oriente, nacido y crecido bajo el control veneciano; el dux asumió entonces el título de dominator, es decir, Señor «de la cuarta parte y media del Imperio», o sea de los tres octavos que correspondían como parte asignada a Venecia durante el reparto de los territorios entre las tropas cruzadas.
La figura del dux (doge en veneciano), en su primera aparición, había sido el representante del poder imperial bizantino, para después transformarse gradualmente en el símbolo de la autonomía y, a continuación, de la independencia de Venecia.
En realidad, el siglo X había vivido una fase en la que el cargo tendía a asumir connotaciones dinásticas (con las familias Candiano y Orseolo), pero el crecimiento institucional había coincidido con una progresiva reducción del poder ducal, con progresos encaminados a hacer del dux el símbolo de la soberanía del estado, limitando cada vez más drásticamente sus poderes. Se debía convertir, concretamente, en la imagen viva de lo que realmente importaba, es decir, el Estado. De esta manera, y ya desde el siglo XII, al lado del dux crecía el rol de otros organismos institucionales.
Un fecha fundamental en este proceso fue 1143, cuando al lado del dux Pietro Polani y de sus jueces, apareció un «Consejo de Sabios» destinado a cuidar «el orden, lo útil y la seguridad del estado». Casi contemporáneamente (en 1144), se habló del «Comune», como en otros numerosos lugares de Italia del centro y septentrión, pero la experiencia veneciana creció con sus propias características; estas se hacen patentes sobre todo en el hecho que el cargo de quién estaba en la cúspide del poder (el dux) era vitalicio y no de breve duración (normalmente anual) como en cualquier otro lugar.
Mientras tanto, el Consejo Mayor había tomado el lugar del antiguo «consejo de sabios» en las funciones legislativas y de deliberación. El Consejo Menor, más ágil, acompañaba al dux en las competencias específicas del ejecutivo.
Otras magistraturas se iban afirmando, como los Avogadori di Comun (Abogados del Común), dedicados a defender los derechos públicos y de las leyes, o los Giustizieri (Justicieros) que controlaban los arti, (gremios) en fase de crecimiento.
Permaneciendo en las funciones principales, se debe recordar la Quarantia (Consejo de los Cuarenta), primero órgano consultivo y después tribunal de apelación y vértice de las funciones jurisdiccionales, y sobretodo el Consiglio dei Rogati (el Senado) que aumentó su peso convirtiéndose en el alma verdadero de la República.
El sistema político e institucional llegó a un cambio decisivo, en sentido oligárquico, hacia el final del siglo XIII, al definirse los requisitos para el acceso al Consejo Mayor. La disposición, asumida con la intención de aumentar la participación en este organismo, en la realidad se reveló como una operación de efectivo cierre al determinar qué familias podían formar parte, de tal forma que fue conocida como «serrata del Maggior Consiglio» (cerrada del Consejo Mayor). A pesar del propósito inicial, desde aquel momento el cuerpo soberano veneciano se convirtió en hereditario, dando una connotación aristocrática al estado.
Como característica tanto de la aristocracia como de toda la República, convertida en poder imperial durante el siglo XIII, estaba la fuerte cultura mercantil. Las fortunas de Venecia estuvieron desde sus orígenes unidas al mar y a al comercio y la clase dirigente veneciana no tuvo nunca temor de presentarse como tal, a diferencia de cuanto ocurría entre la aristocracia de tierra firme, para la cual, el uso del dinero y la práctica del comercio, durante los siglos iniciales y centrales de la Edad Media (hasta la recuperación económica, el renacimiento de la ciudad y la cultura de la burguesía), fueron consideradas inconvenientes y motivo de escaso prestigio.
La precocidad de Venecia en este plano se comprende recordando, por ejemplo, que ya en 828, el dux (entonces Giustiniano Particiaco) no tuviese el menor problema en incluir en su testamento una fuerte suma de dinero invertida en empresas comerciales de ultramar: un auténtico capital de riesgo.
La práctica del comercio, con función de intercambio y mediación entre áreas lejanas, más que de producción, hizo bien pronto del mercado de Rialto una de las mayores plazas financieras de su tiempo, y las monedas venecianas (especialmente “el grosso”, moneda acuñada en plata desde inicios del siglo XIII y el ducado de oro, emitido en 1284) circularon por todas partes.
El Arsenal fue durante mucho tiempo la mayor fábrica de la época y la República se preocupó también de organizar el comercio a través de una actuación directa muy atenta y eficaz, por ejemplo, organizando aquellas expediciones navales, las “mude”, que periódicamente partían hacia levante y después hacia las costas del Mediterráneo occidental y hacia el Norte hasta Inglaterra y Flandes, con una funcional combinación entre actuación y dirección por parte del poder público y participación de privados.
Este eficaz enredo entre público y privado es otro elemento peculiar de la larga historia de Venecia, que supo obtener la adhesión por parte de los súbditos sin que estos pidiesen muchas aclaraciones. Un dato aparentemente extraño si se considera el carácter oligárquico del aparato estatal, que se explica por la capacidad de llevar los asuntos públicos en términos ampliamente aceptables para la población, dentro de la lógica del “buen gobierno”, que llegó casi a ser un mito y que caracterizaba la República de San Marcos. Cierto es que la solidez del estado, construida en los siglos medievales, permitió, también posteriormente, la superación de los momentos más difíciles, como en 1509, en tiempos de la Liga de Cambrai, cuando se enfrentó a media Europa alzada en armas y, tras la desastrosa derrota de Agnadello , Venecia supo recuperarse de un golpe que todos creían mortal.
En resumidas cuentas, se puede decir que en este tipo de situaciones fue decisiva la solidez de la República, sostenida por la difundida percepción de que también las ventajas personales podían ser mejor garantizadas por un estado robusto y bien regulado. Con esta visión y sin hacer uso de amores patrióticos o de buenos sentimientos que, en verdad, no parecen ser el motor de la historia, la misma cultura mercantil de la sociedad veneciana reconocía la coincidencia entre el bien común y los intereses individuales.
Naturalmente, el ambiente veneciano, así como las estructuras con las que supo organizarse, tuvieron características extremadamente complejas y frecuentemente contradictorias, pero el sistema en conjunto supo funcionar y mantener en pie la República durante casi un milenio, encontrando su fulcro en una ciudad que fue por mucho tiempo una de las mayores metrópolis de Europa.
Aún hoy, a pesar de que se la haya querido reducir a un barrio perteneciente a un centro urbano fuertemente de tierra firme, construido sobre plano en época fascista, todavía permanece como un ejemplo extraordinario de ciudad en el sentido más amplio de la palabra.
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