En el año 810 el gobierno se trasladó de Metamauco a las islas de Rivoaltum, permitiendo que estas se convirtiesen, además de centro del poder y capital de todo el estado, en una sede importante para el comercio.

En Rialto se trataba de todo, se importaban y se exportaban mercancías valiosas como especias, sedas y metales preciosos, pero también géneros alimenticios que llegaban desde las islas o de la tierra firme, hasta el comercio al detalle de fruta, verdura, vino y pescado. Se encontraban mercaderes de medio mundo, venecianos, lombardos y florentinos, así como alemanes, árabes y persas. Se vendía y se compraba al por mayor y al detalle, se cambiaba moneda y se intermediaba en los negocios. El gobierno cobraba el arancel sobre todo lo que se comerciaba. A los pies del puente, en la plazuela delante de la Iglesia de San Giácomo de Rialto (San Santiago), se trataban los grandes negocios, mientras hacia la orilla estaba el mercado popular para las compras de la gente común. En la plazuela de San Santiago había también un banco de depósitos, el “Banco Giro”, que era al mismo tiempo una especie de banco y un círculo de los comerciantes más acaudalados. En la fachada de la Iglesia de San Giácomo se lee una antigua inscripción en piedra que rezaba así: “Alrededor de este templo sea ecuánime la ley del mercader, justos los pesos y leales los contratos”. De frente a la iglesia surge la columna del bando, sostenida por el Jorobado de Rialto, bajo el que la Señoría veneciana hacía leer bandos y proclamas oficiales y condenaba a los culpables.

Retocada varias veces a lo largo de los siglos, aunque siempre ejemplo de racionalidad en la subdivisión de los espacios y de las mercancías, la zona del mercado aparece hoy dividida entre la erbaría e pescaría. Es un espectáculo de perfumes y colores con los precios más bajos de la ciudad, donde se respira una auténtica venecianidad.

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