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Venecia está enferma de exceso de turismo y un consumo de la ciudad, también físico, está mellando inequívocamente las raíces. Cualquiera puede ver que otra Venecia se ha superpuesto a la ciudad tradicional, trayendo consigo los signos de una incomodidad cada vez más profunda y visible, que se añade a los males reconocidos desde siempre: la degradación física , las aguas altas, la despoblación y la perturbación del equilibrio de la laguna.Es la otra ciudad la que se percibe moviéndose con fatiga entre las calles y los campi abarrotados de turistas, rozando escaparates rebosantes de falsos vidrios de Murano, máscaras de carnaval, camisetas y sombreritos de gondolero, desbordadas de letreros que anuncian hoteles, pensiones, restaurantes y pizzerías, agredidos desde la llegada por entrometidos que nos proponen alojamientos, circuitos o serenatas.
Sin embargo el mal de Venecia no es sólo epidérmico: las señales (la muchedumbre, los carteles, el consumo efímero) son expresiones visibles de un fenómeno que tiene raíces más profundas, que trabaja bajo la corteza de la ciudad, que modifica su sentido con formas inéditas y cada vez más invasivas.
Un fenómeno que afecta de forma cada vez más patente a la vida y las actividades de los que residen y trabajan de manera estable en Venecia: sea porque el turismo se ha ido modificando radicalmente en estos últimos años y de elitista y esporádico como era por antigua tradición (siempre ha habido turismo en Venecia) ha pasado a ser un fenómeno de masas y continuo, con características y manifestaciones inéditas; sea también porque la ciudad se ha adecuado a este intenso y rápido cambio generando esta otra imagen que se le sobrepone.
Todo esto da lugar a insistentes y agudos conflictos con la ciudad, como la transformación del comercio y del artesanado, y la manifestación de una congestión cada vez más elevada.
El turismo de “ida y vuelta” no busca receptividad e iniciativas culturales, sino sobre todo la satisfacción de exigencias de reposo y consumo (desde el bocadillo al agua mineral y al WC). La intensa presencia de visitantes presurosos y con mayor razón dispuestos a llevarse con ellos algún “trozo de Venecia” ha inducido a lo largo de los recorridos turísticos o en los puntos de acceso a la ciudad, una profunda transformación del comercio.
Las tiendas y los talleres de artesanía abandonan los sectores tradicionales, cada vez menos rentables por la disminución de la demanda de los residentes, especializándose en la venta de objetos ligados al consumo turístico , a su vez producidos a escala cada vez mayor fuera de la ciudad y en cualquier caso por un artesano que ha perdido la calidad de la tradición y ha adquirido la banalidad del consumo de masas.
Así, los escaparates se van por tanto llenando de pacotilla turística, cristales, camisetas, recuerdos, postales, muñecos , guías, pañuelos, sombreros, góndolas, máscaras , encajes, abanicos… Cuando las tiendas no son suficientes, los enjambres de tenderetes y de caballetes invaden calles, campos, soportales y los paseos de los canales, e incluso los lugares destinados para el más antiguo comercio de la ciudad , como el mercado de Rialto, insinuándose entre los antiguos puestos de verdura y pescado. Mientras, los espacios públicos se llenan de mesas, sillas y sombrillas delante de los miles de restaurantes, pizzerías y locales para el consumo de alimentos rápidos y precocinados.
De esto se deriva un notable aumento de la congestión, que es el otro relevante y visible fenómeno provocado por el turismo. Venecia es ya de por sí una ciudad con una densidad de construcción muy alta, con calles y callejuelas bastante estrechas incluso en los puntos de mayor paso. Sucede por tanto que en los meses de mayor afluencia turística en Venecia no se puede circular; entrar en la ciudad fatiga enormemente y muchas veces también salir; y en las áreas más centrales quien debe moverse ágilmente para ir a cualquier lugar de la ciudad se encuentra bloqueado por la extraordinaria muchedumbre que atasca las callejuelas, impidiendo la circulación.
De todas formas las incomodidades de la congestión no afectan sólo al centro. Venecia, como se sabe, tiene un único punto de contacto con las carreteras de tierra firme, es decir, Piazzale Roma, donde termina el puente que atraviesa la laguna y el tráfico automovilístico se detiene; es una zona normalmente ocupada por el aparcamiento de grandes autocares turísticos que descargan grandes cantidades de visitantes, comprometiendo su indispensable función de punto de entrada y de salida a la ciudad y sus actividades cotidianas.
Todo el tráfico de entrada y de salida se descarga sobre el puente automovilístico que da servicio a Venecia: ocurre entonces que frecuentemente por la mañana del sábado y del domingo, cuando la ciudad empieza a llenarse de turistas (la mayor afluencia se da entre las 10 y las 11) y sobre todo por la tarde, cuando se vacía (entre las 17 y las 19) la circulación se paraliza por las filas larguísimas; en Venecia no se entra ni se sale durante horas. De poco sirven los aparcamientos en tierra firme, por otro lado bastante precarios, porque la gran masa de los turistas tiende a llegar con sus propios medios hasta el punto más próximo a Venecia.
El caos que se genera es enorme, también porque este flujo ininterrumpido provoca otros ingentes y degradantes fenómenos, como la anormal proliferación de tiendecillas y tenderetes en Tronchetto y Piazzale Roma y la agresiva multitud de entrometidos que convencen a los coches que llegan para dirigirlos hacia los aparcamientos abusivos, amasando después a los ignorantes turistas en embarcaciones también abusivas para arrojarlos en pocos minutos en S.Marcos y más tarde en alguna vidrería de Murano.
El gentío atasca también los transportes públicos y no es raro verse obligado a renunciar al servicio de las líneas de vaporcitos y lanchas motoras que recorren el Canal Grande, especialmente si se quiere subir en los embarcaderos de San Marcos y de Rialto, por la imposibilidad física de acceder. También en este caso, el fenómeno no afecta sólo al centro: en verano, sobre todo en los días con condiciones atmosféricas peores, gran parte del turismo que se aloja en el litoral de Jesolo y del Cavallino afluye a la ciudad insular atestando los barcos que llegan a S. Zacarías; con la inevitable congestión del terminal de Punta Sabbioni, como en Piazzale Roma y en Tronchetto y el caos funcional y visual de la Riva degli Schiavoni, donde en los meses veraniegos la afluencia turística es incluso mayor de la registrada en la estación ferroviaria.
La consecuencia tangible de esta enorme transformación económica y funcional es la degradación creciente de la imagen global de la ciudad. Pero están también los efectos de un consumo material de la ciudad. De hecho, la gran masa de turistas mancha indecentemente Venecia: basta acercarse a Plaza de San Marcos al final de un fin de semana veraniego para darse cuenta de la cantidad de residuos dejados por los visitantes, sólo en parte recogidos en la miríada de contenedores de basura diseminados por los lugares más renombrados de la ciudad; es inevitable encontrarlos en proximidad de escaleras, monumentos, puentes, basamentos, orillas de canales o donde sentarse para una pausa o para tomar cualquier comida rápida. En los momentos álgidos de locura colectiva, en Carnaval por ejemplo, se llega a dañar físicamente los monumentos.
Sin embargo el consumo de la ciudad viene también del agua, por el deterioro provocado por el intenso oleaje de las lanchas motoras que tienden a moverse lo más rápidamente posible para transportar al mayor número de turistas. Un deterioro que mella las raíces de los edificios en los canales del interior de la ciudad y disuelve poco a poco la base de los mayores paseos a lo largo de los canales: así ocurre en las Zattere, sobre el Canal de la Giudecca que es el tramo más frecuentado para los rápidos desplazamientos de los barcos a motor de los terminales de S. Marcos.
Por no hablar de los efectos devastadores provocados por el paso de los barcos de crucero a lo largo de la cuenca de San Marcos hasta la Estación Marítima. Un fenómeno de estos últimos años unido al crecimiento del mercado de los cruceros, que ha hecho de Venecia una de sus paradas más solicitadas: con la condición de que los barcos transiten delante de San Marcos, una oferta muy señalada en los paquetes de las agencias turísticas. Barcos de dimensiones monstruosas que dominan con su mole el perfil de la ciudad insular, pero que sobre todo provocan a su paso el desplazamiento de enormes masas de agua generando corrientes muy intensas que se propagan hasta los canales más internos de la ciudad.
La estructura social se ve globalmente condicionada: de hecho, el turismo transforma los comportamientos sociales introduciendo del exterior nuevos modelos de consumo, llevando al cambio de trabajo, interfiriendo en los modos de vida habituales u ocupando los espacios culturales. Muchos de los eventos culturales, exposiciones, conciertos o conferencias han tenido ciertamente el efecto deseado de alargar la estación turística hasta los meses invernales, pero no distribuyen los picos de turismo veraniego a lo largo del año sino que atrayendo nuevos turistas o induciendo a los mismos a volver en los períodos menos deseados.
Después de esto hay nuevos oficios, sin identidad cultural, que se generan por la presencia de la demanda turística: falsos gondoleros y una especie de músicos para las serenatas nocturnas (pero que ahora ya se dan a todas las horas del día), hosteleros y pizzeros improvisados, entrometidos agresivos, vendedores de comida y bebida a precios prohibitivos en los puestos de máxima frecuencia o hábiles vendedores de pacotilla camuflada como artesanía local.
También hay otro hecho más grave todavía: este nuevo consumo de la ciudad interfiere negativamente con uno de los problemas más agudos de Venecia, la vivienda. La ciudad se ha despoblado fuertemente en estos últimos decenios, perdiendo globalmente más de cien mil habitantes. Esto ha sucedido por varias razones, consecuencia también del hecho que el turismo ha quitado espacio y edificios al uso residencial normal con el resultado de que las casas disponibles son cada vez más raras: transformadas en posadas, pensiones, hoteles o bed and breakfast, al principio en los lugares de mayor atracción turística o próximas a la estación del tren y de Piazzale Roma y después poco a poco por toda la ciudad.
Es un fenómeno que tiene hoy una virulencia muy fuerte. Se manifiesta a través de la fragmentación interna de muchos edificios en miríadas de mini apartamentos ofrecidos a un mercado muy dinámico de extranjeros y foresti interesados en una segunda casa en Venecia. También se manifiesta con la transformación de casas y palacios en residencias estacionales de universidades extranjeras o en viviendas prestigiosas de adinerados “enamorados de Venecia” o en sedes de representación de sociedades y patrocinadores atraídos por el seguro éxito comercial de la imagen de Venecia.
Es necesario además considerar que muchos edificios y viviendas permanecen todavía cerradas e inutilizadas en espera de ser colocadas en este nuevo mercado inmobiliario, mucho más remunerativo que el tradicional; y aquellos disponibles – sólo para “no residentes” – alcanzan, por efecto del mismo mecanismo de mercado, costes absolutamente inaccesibles.
Se comprende bastante bien entonces que la posibilidad de acceder a una vivienda, para los residentes o para los que quieran serlo, se ha vuelto casi imposible.
Ante fenómenos tan agresivos, se buscan de vez en cuando medidas de protección; con la limitación sin embargo de considerar el turismo como un fenómeno incontrolable, en perenne y natural expansión, como el único recurso económico real de la ciudad; que podrá detenerse, si alguna vez sucediese, sólo en sus manifestaciones finales.
Pero, ¿es de verdad así?
Aquella otra Venecia de la que hemos hablado es la consecuencia misma de la idea de Venecia que se ha querido cultivar y exportar, que ha visto en los decenios pasados la contienda entre las instituciones públicas para acaparar todos los grandes espacios de lo efímero, empeñadas en un inédito despliege de recursos, dinero y energías, entre carnavales y teatros flotantes, exposiciones y espectáculos para atraer al mayor número posible de visitantes y alargar el periodo de tiempo de su estancia veneciana, sin dudar en abaratar con spónsores astutos e “iluminados” la marca Venecia.
Se desaprovechan ocasiones preciosas: como en las recientes urbanizaciones de la Giudecca, unida en la mayoría de los casos a la reutilización de complejos industriales abandonados (desde la Junghans al Mulino Stuky), donde el considerable aumento de habitabilidad, no secundado por una política a favor de crear viviendas para residentes y gobernado por una frágil convención con los privados, ha favorecido la adquisición por parte de extranjeros no residentes o por intermediarios que realizarán casas de alquiler para turistas.
El tema de la residencia no ha sido evocado por casualidad. Si Venecia debe defenderse del excesivo turismo, no puede pensar hacerlo con intervenciones por sectores y actuando sólo sobre la cola del fenómeno: una política orientada a favorecer que los residentes habiten la ciudad insular, con un gobierno más eficaz de las transformaciones de uso del patrimonio arquitectónico existente, con un uso cuidadoso de las áreas todavía libres y con la utilización más eficaz del patrimonio residencial público, puede desarrollar un papel muy importante, garantizando vitalidad a los servicios y sectores económicos que de otra forma están destinados a desaparecer.
Venecia está a la espera de una inversión de la tendencia que demuestre que la “liquidación” de la ciudad, a lo que se ha asistido pasivamente en estos últimos decenios, se ha terminado, y que, como todas las ciudades del mundo, está hecha sobre todo para quien habita en ella: y ciertamente no negará la hospitalidad a quien quiera visitarla.
1800 - 2000 - - rev. 0.1.15