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Por tierra firme, los venecianos entendían las áreas situadas fuera de las lagunas. En la segunda mitad del siglo XIV, Venecia se aseguró el dominio de gran parte del territorio Véneto, que unido al vasto imperio marítimo, dominante sobre gran parte de las costas orientales del Mar Adriático, la colocaba de hecho entre los mayores Estados italianos por amplitud de territorio, solidez económica y estabilidad social. La expansión por tierra aconteció también al oeste, cuando aprovechando del vacío de poder creado por la muerte de Giangaleazzo Visconti al final del siglo XIV, los venecianos consiguieron anexarse las provincias lombardas de Brescia, Bérgamo y Crema.
Por esto, Venecia, cada vez más próspera bajo la guía de una oligarquía mercantil, además que de las vías de mar, se ocupó mucho de las carreteras de tierra. Estas, recorridas por caravanas de animales de carga, eran muy cuidadas por parte de la administración veneciana, que con tal objetivo estipulaba acuerdos para su mantenimiento con los potentados vecinos y lejanos. La carretera más recorrida era la que partía de Treviso, donde cada día las mercancías llegaban por las vías fluviales del Piave y del Sile, y se bifurcaba después en un ramal que llevaba, por un lado, al paso de Pontebba, dirigido a Viena pasando por Corintia, y por el otro por Val Pusteria a Innsbruck y desde allí a Augusta (Augsburgo), Núremberg y Hamburgo, en el norte de Alemania. Otra ruta por carretera hacia el norte muy frecuentada partía de Venecia pasando por Verona hasta Milán y después hacia arriba por Franckfurt y Colonia, en Alemania. Bajando hacia el sur, importante y transitada era la ruta que, siguiendo las huellas de las antiguas calzadas romanas, desde Venecia llevaba a Roma, pasando por Pisa. De la Toscana salían tejidos de uso común, aunque también telas preciadas, en particular de Florencia, que competía con Milán y con la misma Venecia como primera ciudad del sector textil.
Hierro, cobre y maderas para la construcción formaban la mayor parte de las mercancías que viajaban por tierra, procedentes tanto del interior véneto como de Austria y de Alemania. Mercancías que se paraban en Venecia, pero que sobre todo continuaban el trayecto hacia los litorales de Oriente. También muchos géneros como el azúcar y la sal eran fuente de vastos comercios entre Venecia y su tierra firme. Lombardía compraba cantidades de azúcar a Venecia por un valor de 85.000 florines al año, una cifra enorme en aquella época. Respecto a la sal, el Gobierno Veneciano, que siempre había propulsado su producción e importación, creó una compleja red de acuerdos y tratados que garantizaban la colocación de sus aprovisionamientos en municipios y señoríos de tierra adentro; la sal se convirtió de esta manera, con el tiempo, en un instrumento de penetración política, además de económica.
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