Las especias son sustancias vegetales derivadas de raíces, cortezas, semillas y flores, que constituyen la parte más apreciada de los aromas, ya que contienen resinas y aceites esenciales. Las más conocidas en el Mediterráneo y en Europa desde la antigüedad, a las que se les atribuyeron poderes divinos, fueron la canela, la nuez moscada, la pimienta, el jengibre y los clavos de olor. En el mundo griego las especias se destinaban principalmente al uso religioso y para los sacrificios, mientras en la Roma de Augusto, se usaban para la preparación de los alimentos y para la aromatización de los vinos, además que para uso cosmético y medicinal.

A partir del siglo IX, las Repúblicas marineras de Venecia y Génova fundaron sus fortunas en el comercio de las especias, objetivo principal de los viajes de sus barcos hacia Levante. Los mejores clientes del mercado veneciano fueron desde el principio los alemanes, aficionados a las especias más tradicionales como el cardamomo, el comino, la cubeba o pimienta de Java, el coriandro y a una infinidad de otros aromas de alto valor en el mercado.

El difundido consumo de las especias orientales en la Europa medieval se correspondía con la necesidad de disimular los olores de la carne, en aquel momento básica en la cocina pero con frecuencia conservada en malas condiciones. Todavía más importante era el utilizo de muchas especias para uso farmacéutico, ya que además de los poderes digestivos, se las atribuía características farmacológicas polivalentes y a algunas se las consideraba incluso eficaces contra la peste.

Muchos de los viajes de exploración transoceánica del siglo XV fueron organizados intencionadamente por la necesidad de individuar recorridos rápidos y menos peligrosos para alcanzar los países de las especias, eliminando la costosa intermediación de los árabes. La potencia militar, política y económica de estos últimos, empezó a decaer desde 1498, cuando Vasco de Gama abrió para Portugal la vía marítima hacia las Indias Orientales. A la fortuna comercial de los portugueses, le siguieron la de Holanda e Inglaterra, que animadas siempre por el ejercicio del comercio de especias, ampliaron sus propios comercios hasta las Américas, añadiendo a las especias, nuevos productos cada vez más solicitados como el cacao, té y café.

Al principio del siglo XVII, el mercado de las especias, fuente básica de las riquezas venecianas, se incrementó hasta tal punto debido a la actividad de las otras potencias comerciales, que provocó una notable caída de los precios. Esto significó el principio del declive económico para Venecia y las otras ciudades marineras del Mediterráneo.

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